martes, 8 de septiembre de 2009

Bien sentada

Esa no era una cena cualquiera. Estábamos en el mejor restaurante que ofrecía Chihuahua. Aquel era un gran salón a media luz alfombrado de pared a pared que, a decir verdad, no tenía ni una chispa de gracia y sí mucho de pueblerino.

Mi padre, uno de esos feos con gran personalidad, hacía retumbar las paredes con sus carcajadas. Estaba feliz de haberme llevado a su ciudad natal y compartir una cena elegante con El Pocho, su gran amigo de la infancia, y sus hermanos Amapola y Homero. Mis escuálidos pero agrandados quince años eran testigos de aquel histórico momento en donde tres caballeros y una dama tiraban sus recuerdos y reflexiones cual afiladas ases sobre la mesa.

Confianzudo como otro hermano más, El Pocho arremetió contra la solterona de mi Tía Amapola:

-Y tú Amapola, ¿seguirás yendo hasta la muerte al cafecito de los jueves? ¡Ese gallinero es cosa seria! ¡No les paró la boca en el funeral del Güero y no es para nunca! Mira: tú que ya te quedaste pa’ vestir santos, espera nomás a que tus amigas comiencen a enviudar y vas a ver cómo cambia de color el viajecito que se están planeando a Europa.

-¡No seas imbécil, Pocho!

Dijo la tía Amapola con una amplia y franca sonrisa seguida de una carcajada que competía con la de mi padre:

-Yo puedo decir con orgullo que sigo y seguiré bien sentada en mi virginidad

-¡Ah!, entonces tendrás que cambiar de amigas Amapola tendrás que irte con el grupito de las beatas a pulir las rodillas a la iglesia y a lavarle los calcetines al curita porque ahí es donde están las solteronas como tú.

-No Pocho, no: yo no voy a la iglesia, yo no comulgo y yo no me confieso, ¡mucho menos me confieso! Los pecaditos que tengo los tengo bien guardaditos, ¿qué hago si se los dejo al cura y salgo de ahí virgen, pura, blanca, inmaculada y en estado de Gracia? ¡Cómo podría hablar contigo en esas condiciones! Ellos son los que me hacen mortal y me habilitan a tratar con mundanos cochinos como tú.

Las paredes del restaurante temblaron cuatro veces más fuertes y las copas siguieron sonando hasta altas horas de la madrugada… no me sentí tan sola: ya éramos dos las bien sentadas.

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